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Las primeras generaciones de mujeres maquileras ya no tienen oportunidad de empleo en ninguna empresa, no solo porque ya pasaron de los 40 años, también porque quedaron con su salud seriamente dañada producto de las intensas y extensivas jornadas de trabajo a las que se sometieron y que siguen aplicándose a las nuevas empleadas, muchas de ellas, hijas de ex obreras.
Para el año 2018, la maquila reporta 150 mil empleados, la mayoría mujeres. Sin embargo, es poco probable que siga laborando alguna de las 50 mil jovencitas que ingresaron como operarias hace treinta años. Para ellas, la alegría de “liberarse económicamente” al ganar su propio dinero, se convirtió ahora en angustia de la sobrevivencia.
Un breve recorrido en el tiempo y en el escenario de las empresas maquiladoras
La maquila es la industria que más emplea mujeres en Honduras. Se trata de un rubro que se expandió desde hace 30 años, al aprobarse leyes que le otorgaron muchos beneficios y facilidades que no tienen otras empresas nacionales. Las maquilas, que no aportan impuestos, le han heredado al país unas cien mil mujeres enfermas que tienen como única opción buscar asistencia médica en un centro de salud o un hospital público para atender las dolencias, producto de años de trabajo, particularmente en la industria de la confección.
A finales de los años ochenta, miles de mujeres salieron de las casas donde estuvieron relegadas a las actividades domésticas y comenzaron a laborar por un salario. Esto atrajo a las jóvenes de los municipios cercanos a las zonas maquileras que abandonaron sus aldeas y se instalaron en las ciudades del Valle de Sula. La mayoría sigue allí, con sus compañeros de hogar. Otras solas, con sus hijos e hijas, como madres solteras.
Sin embargo, las mujeres y hombres maquileros que han vivido sus vidas en este rubro, heredaron daños severos en sus huesos, músculos, articulaciones, el sistema nervioso, el sistema digestivo, las vías respiratorias, los oídos, la vista, entre otros órganos. Esos problemas de salud son el resultado de realizar movimientos repetitivos en jornadas de ocho y hasta doce horas continuas, o la suma de 66 horas laborales durante la semana, al obligarles a trabajar horas extras.
Salarios para la semana, dolores para toda la vida
Las altas metas impuestas hacen que las mujeres y hombres de la maquila trabajen de forma acelerada, lo que vuelve más dañina la actividad repetitiva. Un ejemplo de lo anterior expuesto: una obrera que labora al cien por ciento tiene que hacer casi 54 mil ruedos de camiseta en un mes; son 650 mil en un año y en 10 años de trabajo esa persona tuvo que hacer por lo menos 6 millones y medio de ruedos, haciendo los mismos movimientos, sentada cada día y en la misma posición.
Las obreras en la maquila ganan por producción; las metas al cien por ciento son altas y agotadoras. Como el pago no ajusta, tienen que producir hasta un 150 por ciento, lo que equivale a jornada y media de trabajo en el mismo horario. Para lograrlo tienen que “ahorrar tiempo”: no hablan con sus compañeras, toman poca agua para evitar ir al baño, no descansan los recesos de 15 minutos establecidos en la mañana y tarde; algunas no almuerzan o lo hacen en la mitad de la media hora concedida. Se trata de avanzar lo que más se pueda para agenciarse un mejor ingreso por semana y mes.
Al hacer el promedio, si una obrera trabajó 10 años y mantuvo su producción al 150 por ciento, eso equivale a que haya laborado 15 años. En lugar de hacer los 6 millones de ruedos de camiseta, llegó a unos 10 millones. Pero ese sobre esfuerzo dejó severos daños a la salud.
Dentro de las fábricas es frecuente escuchar a las mujeres que les duelen los brazos, la espalda, los músculos, el abdomen o la cabeza; pero sus quejas no son escuchadas. Una enfermera o el médico de la empresa no pueden dar incapacidades y el o la trabajadora dispone nada más de analgésicos para calmar los dolores y continuar trabajando. De esa manera, lo que era una pequeña afección se convierte en una enfermedad crónica y una enfermedad común pasa a considerarse como enfermedad profesional. Es decir, causada o más bien agravada por las condiciones laborales.
Mujeres embarazadas, las marginadas de la maquila
Las empresas maquiladoras hacen trabajar a sus empleados en equipos de hasta once personas y las metas colectivas les son pagadas con el trabajo finalizado, aun y cuando cada una hace solo una pequeña parte de la prenda. Cuando una obrera se atrasa con la pieza que le corresponde, las demás le exigen y si no rinde en su producción la discriminan y hasta la expulsan de la célula de trabajo. Eso ocurre con las mujeres enfermas o las que están embarazadas. En ambos casos la mujer no puede laborar al ritmo de las demás. Baja su producción y eso provoca acoso por parte de sus compañeras y compañeros.
Un estudio realizado por la Colectiva de Mujeres de Honduras (CODEMUH), en colaboración con la Universidad Nacional Autónoma Metropolitana de la ciudad de México establece que las presiones, reclamos, gritos e incluso insultos de los supervisores, sumados al agotamiento e intensidad de las operaciones provocan ansiedad, depresión y excesivo estrés laboral, lo que a su vez les genera trastornos nerviosos que afectan todo su organismo.
El estudio también indica que el ambiente laboral contribuye a la generación de enfermedades profesionales. Se pueden evitar esas enfermedades si se usa protección contra los químicos que desprenden las telas, con una adecuada ventilación que extraiga el tamo y evite el calor y la humedad; con una correcta iluminación y reducción a la exposición del ruido.
Pero definitivamente, explican los médicos expertos en Trastornos Musculoesqueléticos Ocupacionales, la clave para evitar los miles de hombres y mujeres enfermas está en reducir las metas de producción y limitar a ocho horas la jornada de labores. Eso implicaría revisar las faenas intensas como las llamadas 4 por 4, 3 por 2, 3 por 3, que son jornadas de doce horas nocturnas y otras modalidades con las que se exigen ritmos de producción intensivos y sin la debida protección.
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